miércoles, 12 de enero de 2011

Cosa de Chicos

Era un caluroso día de Septiembre. Un jueves a la mañana en una humilde casa con fachada pintada de amarillo y de rejas negras que estaba en el barrio Monte Rosa de Spegazzini (*).

Rodrigo se había levantado muy temprano, más de lo habitual para prepararle el desayuno a Margarita antes de ir al colegio nº2 del partido de Ezeiza. Su tía, que trabajaba en el banco de un barrio porteño, su hermano de sangre y su hermano postizo, Alejandro, todavía seguían

durmiendo al sonido de las chicharras.

Hace dos días que Rodrigo no podía dormir bien: la falta de sueño seguido por el nerviosismo y el hostigamiento de su propia conciencia era lo que lo remordía continuamente. Ese hostigamiento era mayor de lo que le hacía “Oscarcito”, el pibe chorro del barrio “La flecha” que había desaparecido ese mismo martes por la tarde.

Antes de ir, se dirigió hasta el fondo de su casa y miró fijamente un pequeño cúmulo de tierra que estaba ubicada entre la cucha de su perro y la higuera y se fijó, que para su tranquilidad, todo seguía intacto como ayer.

El cuerpo de Oscarcito todavía estaba metido en el zanjón. A 50 centímetros de profundidad.

Aún así, era imperiosa la necesidad de revelar el crimen. El cúmulo de tierra sólo estaba tapado por dos listones de madera que estaban puestos en forma de cruz. Esa cruz que poco a poco estaba estigmatizando a Rodrigo, porque tarde o temprano, aquél secreto podía salir a la luz.

Pensó en contarle a su tía toda la verdad: toda la ira que había

acumulado por las cargadas, burlas, golpes de puño y robos indiscriminados de un pibe petiso y morrudo de 16 años que sólo se vestía con zapatillas Nike, gorro, buzo rojo y mucho ego. Lo conoció en el potrero mientras jugaba un picado con los pibes del barrio. Era la única diversión que tenía y que le era permitido en la calle sólo por las buenas notas que tenía en el colegio.

Su tía margarita trataba de que los chicos no salieran hasta altas horas de la noche, podía resultar peligroso para un chico de 15 años.

Por su parte, el difunto Oscarcito Villalba, colaboraba en la “Banda de los Gitanos” y hacía de las suyas. Era el ídolo de la barrita porque robaba Rólex, fumaba paco y andaba calzado con una 22. Para los amigos, era un chorrito generoso y muy vivo que se las ingeniaba para escapar de cualquier instituto de menores.

Era muy chico para caer preso, pero sabía como era la cárcel. Una vez se le enfrentó a un juez porque su madre no podía ir a visitar a su viejo que estaba preso. “Era un chorro con honra” diría su novia Laura más adelante, porque era un pibe que le podía prestar una Play robada a sus amigos sólo para pasar el rato.

Pero en ese picado, se encontró con su antítesis, y le disgustaba. Es más, lo odiaba. A Rodrigo (“Chango”, para los compañeros del cole) lo veía demasiado tranquilo y no tomaba alcohol. No andaba en la joda. Ser demasiado buenito y aburrido, para él significaba que había tenido “la vida fácil” y era más que suficiente.

La envidia hacía que no parara de cansarlo y hostigarlo.

Todas las tardes, después de que terminaban de jugar, Rodrigo se iba a su casa y “Oscarcito” lo seguía. Lo incitaba a vender las cosas que él robaba para que terminara con la buena vida, y no se detenía hasta que llegaba a su casa. Sin embargo, el chico- que dudaba si aceptar ó no para que dejara de molestarlo- siempre terminaba por negarse.

Acostumbrado a que todos aceptaran sus peticiones, el pibe chorro se descontrolaba y empezaba a insultarlo de arriba para abajo durante todo el camino, hasta que Rodrigo le cerraba la puerta en la cara. En ese momento, era Oscarcito él que se daba media vuelta y no volvía a su casa hasta la noche, estaba obsesionado con Rodrigo, lo “tenia de punto”.

El miércoles por la noche, Oscarcito medio drogado, se la jugó: Se dió cuenta que Rodrigo siempre se olvidaba de cerrar con llave, así que fue muy fácil para él entrar a la casa desapercibido. Tomó de la mesa una aujereadora y un destornillador para poder venderlo en la Banda, hasta que él lo vio.

Rodrigo sorprendido había prendido la luz y encontró a aquél compañero de potrero que le estaba robando.

- ¡¡¡Andáte de acá. Dejáme de joder pendejo!!! Andáte de acá!!

- ¡Dame tu celular y me voy a la mierda puto!… le dijo Oscarcito con un tono sarcástico.

Rodrigo se dirigió a la cocina. No podía negar que era muy impulsivo, estaba furioso y fuera de si. No tenía intención de darle el aparato. Estaba cansado de que lo atormentara, de que lo fustigara, de que lo tratara como idiota y no dudó en agarrar un cuchillo que estaba sobre la mesada.

- Te vas a la mierda ahora, o te mato, ¡TE JURO QUE TE MATO! Le dijo Rodrigo mostrándole el cuchillo con un pulso tembloroso pero decidido.

- ¿Sos pelotudo? ¿Vos pensás que me va a asustar con ese cuchillo de cuarta?

Le respondió Oscarcito que no se imaginaba que pudiera hacer una cosa semejante. Al menos, no de él.

En ese momento, Rodrigo forcejeó un buen rato con el pibe hasta que le hizo un corte en el cuello y en la mano pero como todavía tenía el destornillador en la mano. Le clavó dos puñaladas en el abdomen. El chico cayó precipitadamente y murió.

Cuando volvió en si, se dio cuenta lo que había hecho y sintió como el terror apoderaba si mismo, minuto a minuto.

El nerviosismo dejó ver unos ojos vidriosos, que le impedían remover el cuerpo hacía el fondo de su casa. Le faltaba aire. Sabía que no tenía mucho tiempo que perder, pero estaba acorralado, su vida había cambiado por completo.

Ese jueves a la mañana, todavía podía recordar el rostro sin vida de Oscarcito. Se acordaba de aquellos ojos inertes que parecía que lo estuvieran juzgando y todavía persiguiendo. Ahora lo fustigaban en la conciencia. Aquella culpa, era mucho mas horrible que las burlas que había tenido que soportar.

Su tía Margarita ya se había levantado, miró que en la cocina Rodrigo le había preparado el desayuno y lo vió sentado sobre la mesa mirándola fijamente pero con una mirada extraña.

La tía estaba contenta de que ya estaba despierto para ir a la escuela. Después de desayunar, a Margarita se le ocurrió si quería que lo llevara a algún lado el sábado. Lo quería como un hijo sabiendo que su hermana los había abandonado a él y a su hermano desde muy pequeños.

- Sí Tía, tengo que ir al Juzgado. Maté a un pibe y esta enterrado en el fondo. –sentenció Rodrigo, sabiendo que el impulso lo motivó a realizar algo aberrante pero que ya no había marcha atrás.

(*) La historia está basada en un hecho real sucedido en el barrio Monte Rosa de Spegazzini en el año 2008 cuando un chico de 16 años confesó haber asesinado y enterrado a otro porque lo molestaba.


Links:


http://www.clarin.com/diario/2008/09/06/policiales/g-01754583.htm
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1047193
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-111096-2008-09-06.html

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